En 1995, construí y subí mi primera página a los servidores de la universidad. Y no podía ser de otra cosa que de Star Wars.
Pasó por Anakena (los servidores del plan común), luego Ciprés (ya en la carrera), y finalmente por los del DCC, donde los más entusiastas de la computación teníamos un espacio propio.
Era una época distinta. La información no estaba a un clic de distancia, sino escondida en servidores de News o accesos FTP, y montar contenido sobre La Guerra de las Galaxias (Star Wars) para que fuera realmente accesible era una aventura.
Geocities recién había nacido un año antes, y los primeros sitios dedicados a la saga empezaban tímidamente a poblar esa nueva galaxia llamada Internet.
Yo escribía directamente en HTML, con un editor de texto simple, sin hojas de estilo, sin frameworks, sin motores. Solo líneas de código, pasión por la tecnología y amor por la saga. Todo se hacía desde el corazón: por curiosidad, por querer compartir, por la emoción de crear algo que no existía.
Y así empezó todo.
Lo que comenzó como una simple página, hecha con más ganas que recursos, fue creciendo poco a poco. Fui sumando contenidos rescatados de otros rincones de la red, traduciendo textos originales en inglés y, cuando no había nada más que consultar, creando material propio a partir de lo que aprendía en revistas, conversaciones con amigos o viendo —una y otra vez— esas tres películas que lo comenzaron todo. Por entonces, sólo existían la trilogía original, un par de spin-offs medio olvidados, algunos dibujos animados… y ese especial navideño que varios prefieren no recordar.
El contenido gráfico era un lujo. Los servidores eran modestos, las velocidades de conexión lentas, y subir una imagen podía significar colapsar toda la página. Por eso, el texto era el rey: liviano, directo y accesible. Digitalizar algo era todo un desafío. No había cámaras digitales a mano, y conseguir un escáner era como tener un sable láser en la vida real: algo lejano, casi mítico. Así y todo, he pillado un comentario que las imágenes eran muy grandes lo que demoraba la carga de las páginas.
Aun así, con esas limitaciones, cada fragmento que se sumaba al sitio era un pequeño triunfo. No por la perfección técnica, sino por la pasión que lo sostenía.
Lamentablemente, gran parte de esa historia hoy vive solo en la memoria. Durante años, guardé los avances y las versiones del sitio en diskettes —ese tesoro portátil de la época—, pero con el paso del tiempo, muchos se dañaron. Y con ellos, se perdió una porción valiosa de todo lo que construí en esos primeros años. Fragmentos de código, imágenes pixeladas con cariño, textos que ya no están… se desvanecieron como si fueran parte del hiperespacio.
Pero incluso con esas pérdidas, el espíritu sigue intacto. Porque más allá de los archivos extraviados, lo que permanece es la idea, la pasión y el deseo constante de compartir un rincón del universo con quienes sienten lo mismo. Algo de esa historia se pudo recuperar, mostrada en las siguientes imágenes (los años son especulativos ya que no tengo las fechas originales de los archivos).
En esos años, otra forma fundamental de “conectar” con otros creadores era a través de los enlaces recíprocos. Colocar referencias o links a sitios amigos dentro del propio sitio web —y que ellos hicieran lo mismo— era una especie de código de camaradería digital. No sólo fortalecía los lazos entre fanáticos, sino que también ayudaba a dar visibilidad mutua.
Antes del dominio de Google, los buscadores como Yahoo, Altavista, Lycos, Excite o WebCrawler funcionaban de manera muy distinta a como los conocemos hoy. Tener enlaces entrantes desde otros sitios era clave para ganar relevancia en los índices de búsqueda. Enlace a enlace, banner a banner, se iba tejiendo una verdadera red de fanáticos y coleccionistas interconectados.
Gracias a este sistema de referencias cruzadas, el sitio de MASCOR (alias copiado descaradamente de la creación de mi hermano mayor, MASCO), y más adelante su evolución como Jhantor Lars, logró ser mencionado y ubicado en varias comunidades destacadas de la época. Entre ellas brillan con especial cariño los sitios de Lores de Sith, Star Wars Panamá, SW Fan Club Chile en sus Avanzadas Rebeldes, y La Sombra de Sith, donde además participé en artículos colaborativos. Todos estos espacios no sólo compartían pasión, sino que también ofrecían un lugar para crecer juntos dentro de aquella galaxia digital aún en expansión.
Con el paso de los años, el sitio comenzó a recibir reconocimientos de otros portales similares, algo que, si bien formaba parte de la cultura web de finales de los años 90, no era algo común de alcanzar. En una época sin redes sociales ni algoritmos de difusión, ser destacado por otro sitio era un verdadero mérito: significaba que alguien, en algún rincón del mundo, había encontrado tu contenido valioso, auténtico y digno de ser compartido.
Los awards eran pequeños sellos digitales —GIFs animados o banners estáticos— que se otorgaban a sitios que destacaban por su contenido, diseño, dedicación o simplemente por reflejar con pasión una temática en particular. Ganar uno no era automático ni masivo: era un gesto de reconocimiento entre pares, como un aplauso silencioso entre quienes estaban construyendo esa naciente comunidad digital.
Había premios como “Light-Saber” el que podía ser Gold, Silver o Bronze, o el “Golden Tin Award”, junto a muchos otros creados por fans. Algunos requerían postulación, otros llegaban por sorpresa con un mensaje en el guestbook:
“Tu sitio es increíble. Mereces este reconocimiento. Aquí está tu premio, úsalo con orgullo.”
Eran tiempos donde cada banner recibido era motivo de celebración, y aunque muchos de esos premios digitales hoy estén perdidos, su valor simbólico sigue presente: representaban el aprecio, la comunidad y la validación de haber hecho algo bien en un universo en expansión.
En el tiempo, el sitio recibió algunos 5 premios desde sus pares. De lo que he podido rescatar, he identificado 5 y con detalles de sólo 4 de estos.
1. Award of Excellence
2. Sable Láser de Bronce
3. The Golden Tin Award
4. Raptor Cool Site Award
5. Excellence Award 1997 Cyber
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Cada uno de estos premios representa no sólo el valor técnico o estético, sino sobre todo el reconocimiento humano en una época donde los vínculos entre fanáticos se forjaban a punta de HTML, curiosidad, y mucho entusiasmo.
En aquellos años de internet temprana, una de las formas más comunes —y entrañables— de interacción con los visitantes era a través del libro de visitas, o guestbook. Estos espacios, programados usualmente en CGI (Common Gateway Interface), permitían que los usuarios dejaran mensajes, comentarios o simplemente saludos en una especie de muro digital. Eran los inicios del feedback directo, un foro de una sola entrada, donde cada mensaje recibido era un pequeño tesoro.
En mi sitio, ese libro de visitas fue rebautizado como el Holocrón, en honor a los legendarios dispositivos Jedi del mismo nombre. En el universo de Star Wars Legends, un holocrón es un artefacto místico que contiene vastos conocimientos sobre la Fuerza, utilizado por los Jedi y los Sith para preservar enseñanzas a lo largo de generaciones. El simbolismo no era casual: el Holocrón del sitio era un lugar donde cada visitante dejaba una parte de su historia, su visión, su conexión con la galaxia lejana.
De esa comunidad virtual que se fue reuniendo a través del Holocrón, surgió la idea de dar un paso más: invitar a todos los inscritos a formar parte de un club de fans virtual, el Club de Star Wars en Chile, que fue bautizado como La Nueva República. Un espacio imaginado como el corazón rebelde de una comunidad digital que soñaba en grande.
Con el tiempo, La Nueva República se fusionó con un grupo de fans activos en Santiago y, junto a otras agrupaciones de todo el país, dio vida a lo que más tarde sería el Star Wars Fan Club Chile, una organización que perdura hasta el día de hoy.
Entre esos “muchos otros” que formaron parte del nacimiento de esta gran comunidad nacional, se encontraban representantes de distintas ciudades.
Alejandra “Jana Kenobi” Villalobos
Avanzada Rebelde en Antofagastatooine
Osvaldo González
Grupo Fans Star Wars
Ariel “Solo” Elgueta
Base Rebelde Yavín 5 – S.C.P.
Erick “Skywalker” Herlitz
Base Cumbre – R.H.W.
Algunos de los mensajes y nombres que quedaron grabados en el Holocrón —el libro de visitas del sitio— han podido ser rescatados gracias a fragmentos reconstruidos del sitio original.
Uno de los firmantes menciona ser el número 79 en registrarse, y aunque los registros completos no se conservaron, mi memoria me dice que efectivamente llegamos a superar los 100 inscritos. En un tiempo donde todo se hacía por medio de formularios, sin redes sociales, alcanzar esa cifra fue algo extraordinario.
Cada inscripción era un acto consciente, un compromiso con una galaxia compartida. Esos nombres no eran sólo firmas digitales: eran parte del corazón rebelde que dio vida a lo que, más tarde, se convertiría en algo mucho más grande.
Ver hoy esas capturas —esos pedazos de memoria digital— es reencontrarse con los primeros pasos de una comunidad que comenzó en código simple y sueños enormes. Incluso con algunos de estos inscritos recuerdo haber intercambiado piezas de colección que conservo hasta hoy.
Ser fan nunca ha sido solo cuestión de consumir. Es crear, compartir, imaginar y construir comunidad. En los inicios de este sitio, cuando todo era más lento, más manual y quizás más ingenuo, la necesidad de conectarse con otros fanáticos era lo que le daba vida al proyecto. Cada enlace compartido, cada inscripción al Holocrón, cada banner de “sitio amigo” era una forma de decir: yo también estoy aquí, y esto me importa.
Hoy, en pleno auge de las redes sociales, esa necesidad sigue intacta, aunque los canales hayan cambiado. Los sitios web ya no viven aislados; se nutren de plataformas como Instagram, YouTube, Pinterest y más, donde el contenido viaja más rápido y el alcance es inmediato. Pero en medio de tanto vértigo digital, hay algo que sigue siendo esencial: el alma del fan, ese que colecciona, que investiga, que rescata, que cuenta historias.
Gracias a estas redes es donde la comunidad ha crecido y he conocido nuevos grandes amigos en la Fuerza y reconectado con otros.
¿Y qué vendrá después? Tal vez hologramas, realidades mixtas, inteligencia artificial curando colecciones o recreando líneas vintage (la verdad esto ya está presente con maravillosas animaciones donde nuestras colecciones cobran vida). Tal vez nuevas formas de vivir el fanatismo que hoy ni imaginamos. Pero si algo está claro, es que mientras haya alguien dispuesto a mirar atrás con cariño y mirar hacia adelante con entusiasmo, la historia seguirá creciendo.
Por lo pronto, un nuevo proyecto está en gestación: el canal de Youtube Kennerverse, en conjunto con los amigos Don Solo, Dr. Snow y Estromper TKS, y que ha dado forma a una iniciativa perfecta para celebrar estos 30 años de historia.
Se trata de un Videocast dedicado a explorar uno de los pilares fundamentales del coleccionismo que nos une: el universo de los juguetes Kenner desarrollados para la Trilogía Original de Star Wars entre 1977 y 1985.
Este Videocast busca ir más allá del simple recuerdo. Es un espacio para estudiar en profundidad el origen de los juguetes, su proceso de diseño, las etapas de preproducción y producción, y todos esos pequeños detalles que transformaron figuras de acción en piezas de historia cultural. Cada episodio es un viaje al corazón de una época que marcó a toda una generación, reviviendo momentos de una niñez que, aunque no volverá, sigue latiendo en cada blister, cada nave y cada historia compartida.
El episodio piloto ya está disponible, y puedes verlo aquí: ▶️ Ver el piloto
Este primer capítulo es sólo el inicio de un proyecto que combina investigación, pasión y memoria viva. Porque hablar de Kenner no es sólo hablar de juguetes: es reconstruir el asombro de una galaxia que siempre nos invita a soñar.
Un sitio como Jhantor Lars, nacido desde la pasión y mantenido a lo largo de tres décadas, no es sólo una vitrina digital: es un archivo emocional, una bitácora de época y una puerta abierta para nuevas generaciones de coleccionistas y soñadores.
30 años no son el fin: son sólo el prólogo de lo que aún está por contarse.